lunes, mayo 09, 2005

Buscando a Eva

XI

Dibujé un reloj en tu muñeca
con la hora exacta de tu despedida
y ahora,
a la misma hora que entonces,
recibo un mensaje que cuelga de una paloma ciega.

Me cuentas que te has cansado de otros mundos,
que te has cortado las trenzas,
y a veces, las venas.
Me cuentas que vuelves con el atraso
que deben de llevar
los trenes que nunca llegan.



VI


Sentada en aquella silla de mimbre
y sin pronunciar palabras
te comías lentamente un erizo de mar
mientras me mostrabas tu ortodoncia oxidada,
te abrías y cerrabas de piernas
y te abrías y cerrabas como un paraguas
en peligro de extinción.

Todas las tardes, a las cuatro y cuarto,
cuando la luz se perdía por los vértices del sueño,
quedabas entreabierta
y yo entraba con los pies descalzos
para no hacer ruido
entre algas y verde plancton,
entre gusarapos y amebas,
seres unicelulares y perros de agua.

Allí aprendí a ser hombre,
a dormir con la luz encendida
y a respirar por la piel.




Como lo prometido es deuda, aquí dos poemas.

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