alameda

Anoche me fui a dar un paseo con el aburrimiento por la Alameda de los Pinchos. Hacia años qie no iba por allí.
Al llegar, un escalofrío me recorrió y me cubrió como el abrigo que no me había llevado. Y empecé a caminar, en silencio, para poder escuchar los cantos que recorren ese siniestro lugar. El mismo camino que muchos años antes habíamos recorrido tú y yo, solos, como curiosas golondrinas, para ver si era verdad lo que los telediarios contaban.
Al llegar, nos miramos alos ojos y nos cogimos de la mano, sin entender nada, aun comprendiéndolo todo. Por fin poníamos imágenes a las palabras que por cualquier lugar se escuchaban. No sabíamos quienes eran ni de donde venían, pero estábamos necesitados de una verdad.
Todavía recuerdo la primera imagen de esa alameda larga y estrecha, rodeada de ese muro de pinchos con los trozos de tela de sus últimas víctimas de cuya identidad no sabíamos nada, hasta que te acercabas un poco más y veías los restos de su piel tostada por el hambre y la desesperación colgada de esa red de alambre que cocía la poca carne que quedaba en los esqueletos que se asomaban al paraje enganchados con el enrejado a la esperanza de algo mejor.
Lloramos por ellos sintiendo que nos miraban desde la libertad que habían conseguido de una forma u otra. Y anoche volví a llorar, sola, sentada en la tierra de nadie, con la espalda apoyada en la única frontera que me separa de tí desde que decidiste saltar en sentido contrario al normal.